jueves, septiembre 01, 2005

La divina soledad

Soledad

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.


FIN

Pedro de Miguel


Este cuento me gusta, me gusta mucho. Todos tenemos ese hilito rojo el cual utilizamos en los mas determinantes momentos para no estar solos. Pero cuidado... seamos discriminativos y elitistas, no dejemos que cualquiera levante el hilo rojo de nuestra soledad... porque no todos deben de tener el privilegio de pasar esa puerta y formar parte de nuestras vidas...

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