miércoles, septiembre 21, 2005

Otro pedacito...


Tan pronto como llegaron a Irimbo, Clementina se convirtió en Doña Clementina Garza y se acomodo junto a su recién empezada familia en el lado este del pueblo, en una casita blanca donde empezaría su nueva vida.

Doña Clementina tenía solamente 17 años cuando empezó a dar a luz a un interminable batallón de chiquillos rosados y pelones que lloraban cada noche como si los estuvieran moliendo a palos y dormitaban como angelitos durante el día. Cada vez que Doña Clementina tenía una cría nadie en el pueblo podía conciliar el sueño por meses enteros. En total tuvo 15 hijos, de los cuales solo 12 sobrevivieron y de los 12 solo dos fueron mujeres.

El orgulloso patriarca de este familión era conocido por todo el pueblo por ser un buen marido y padre muy estricto. Era monumental y forzudo; tenía manos enormes y llenas de callos, evidencia de toda una vida de arduo trabajo en los maizales. Sus ojos eran viejos y obscuros, un gran bigote con puntas de carrizo revoloteaba en su cara cada vez que sonreía y siempre llevaba un peine de carey en el bolsillo para mantenerlo en su lugar.

Don Benjamín fue el único hijo de una de las familias más antiguas de Maravatio, el pueblo más cercano a Irimbo por el oriente. Ahí creció con su padre, Don Fausto Garza quien le enseño todo lo que debía de saber. Su madre murió durante su alumbramiento, su vientre no pudo soportar el tamaño descomunal de su hijo y cuando por fin lo pudo expulsar de sus entrañas el esfuerzo la partió en dos y apenas si tuvo tiempo de bendecir a su hijo antes de fallecer.


Don Benjamín nunca fue a la escuela, la única que había en la región estaba a dos horas caminando; así que su padre le instruyó a leer y a escribir, le enseñó todo acerca de los maizales, las estaciones y a ganarse la vida trabajando duro. En esos días eso era lo único un hombre necesitaba saber para sobrevivir.

Un día decidió tratar suerte y con el dinero que le ganó a un ‘gringo’, jugando cubilete en la cantina, se hizo de unas cuantas tierritas en Irimbo y se fue a trazar su propia historia.

Clementina era una de de las afamadas bellezas de Irimbo y desde muy pequeña trabajó en compañía de su hermana haciendo quesadillas y tamales en su casa y vendiéndolos después a la salida de la misa de las 5. Era una niña muy quietecita,
no jugaba, nunca se quejaba, casi ni se movía y por lo mismo no tenía amigos. Lo que más le gustaba era cuando llegaban los gitanos a acampar en la plaza del pueblo una vez al año.


Otro probadita de mi obra... Luego les pongo mas...

1 comentario:

Bukowski dijo...

He llegado aquí casi por casualidad, y me has dejado con ganas de saber más :)

Un saludo.